El albañil anarquista navarro desafió a gobiernos y bancos con un sofisticado sistema de falsificaciones a gran escala del que se valieron grupos antifranquistas y organizaciones políticas de medio mundo
Con la semblanza que le dedicara Eric Hobsbawm a Francisco Sabaté en su celebrado ensayo Bandidos, el legendario resistente antifranquista entraba en el panteón del bandolerismo social, un fenómeno universal basado en el mito del buen ladrón y en el que se agrupan experiencias tan diversas como las de los cangaceiros de Brasil, los dacoits de India, los forajidos del lejano Oeste americano o los expropiadores anarquistas ibéricos. Fue Sabaté quien en 1957, cuando ya era considerado el enemigo público número uno de la dictadura franquista, ejercería una influencia decisiva en la vida de Lucio Urtubia, el albañil navarro que años más tarde desafiaría al mayor banco del mundo, el First National City Bank, al falsificar miles de cheques de viaje de esa entidad. Bandido sin ánimo de lucro, rara avis de la militancia política y enemigo de las armas, este Robin Hood moderno dedicó su vida a luchar contra las dictaduras y el sistema capitalista. Personaje hobsbawmniano hasta la médula, Urtubia murió el pasado 18 de julio, el mismo día en que falleció Juan Marsé, el escritor que recreó las desventuras de todos aquellos sabatés que pululaban, como espectros de la derrota, en la Barcelona de la posguerra. Pero Lucio, a diferencia de ellos, casi siempre le ganó la partida al establishment.
Lucio no descansaba nunca. La revolución le demandaba noches en vela pero el trabajo de día era fundamental para pasar desapercibido ante la policía
Es precisamente ese detalle –haberse salido con la suya pese a enfrentarse a poderosos gobiernos, banqueros jueces y policías– el que otorga a Lucio un halo especial que lo despoja de toda la épica asociada a los héroes populares con final abrupto y lo convierte en un antihéroe singular y cercano. Si repasamos la trayectoria de los personajes de ese Sherwood insurrecto que exploraron Hobsbawm y otros historiadores sociales, nos encontraremos en la mayoría de los casos con finales trágicos y, en ocasiones, truculentos. El propio Quico Sabaté, a quien Hobsbawm encuadra en el “cuasi bandidismo” de los expropiadores, murió acribillado en las calles de Sant Celoni en enero de 1960 después de haber escapado a un gigantesco cerco policial en el Pirineo oriental. No hay casi registros de algún Robin de los Bosques que haya muerto en la cama. De finales agónicos, sin embargo, los ejemplos abundan. Ahí están los casos del bandolero andaluz Diego Corriente, el francés Gaspard de Besse, o el más fiero de los bandidos de los Cárpatos de finales del siglo XVII, Juraj Jánošík.
Digitalización y transición ecosocial son proyectos de naturaleza antagónica bajo las relaciones socioeconómicas realmente existentes
En el Estado de Nueva York el CEO de Google Eric Schmidt encabeza ya una comisión para imaginar una nueva normalidad que, desde su punto de vista, tendrá que ser la de un Screen New Deal que permita a Estados Unidos imponerse en el conflicto geopolítico que le está enfrentando a China en ámbitos como el control de la infraestructura 5G. La lógica, pese a que ahora se escude en la necesidad de luchar contra la crisis sanitaria, es clara: lejos de denunciar lo que Marta Peirano no ha dudado en calificar como la primera tecnodicatura del mundo, debemos emularla –forzando al máximo lo socialmente aceptado– para no quedar atrás en los beneficios que se derivan de la nueva economía del dato del capitalismo digital. La IV Revolución Industrial, y su proyecto estrella, el Internet de las Cosas, aspira a que no pueda existir interacción social que no venga mediada por una interfaz digital conectada y, por tanto, se convierta en fuente de cada vez más datos sobre todo lo que hacemos. Estos datos seguirán alimentando algoritmos de inteligencia artificial que, como demuestran escándalos como el de Cambridge Analytica o la crítica al solucionismo tecnológico de Morozov, están adquiriendo un poder creciente sobre nuestra vida personal y política.
“La desmesura humana (que los griegos antiguos llamaron ‘hybris’, y los cristianos, pecado original) no es secundaria en nuestra vida: más bien parece pertenecer a la misma naturaleza de un animal lingüístico como lo somos nosotros”
Una ciudad mediterránea. Luz veraniega, castaños de Indias, olivos e higueras a lo lejos. Los olores que llegan desde los puestos del mercado al aire libre despiertan el apetito.
J.- ¡Hola, Giorgos! ¡Qué bueno encontrarte cerca del puerto! Claro que los griegos nunca estáis muy lejos del mar, ¿verdad?
G.- ¡Intento no estarlo! Crecí en Atenas, no en una ciudad junto al mar, pero el puerto del Pireo se halla sólo a unos kilómetros de distancia. Y todos mis veranos los he pasado en una isla. ¡Veremos qué sucederá este verano!
J.- Precisamente estaba pensando en pasar a verte un día de estos. Terminé de leer tu libro Limits, que me ha interesado mucho… Y lo llevo aquí en el zurrón, así que si quieres podemos charlar un rato sobre tu trabajo mientras paseamos. Comparto contigo, claro, las afirmaciones de que para hacer frente a la tragedia del calentamiento global (como una componente de la crisis civilizatoria multidimensional) “necesitamos desesperadamente una cultura de los límites” (p. 3); y que “los límites son la idea central del ecologismo” (ibid.). También me atrae que en el libro Cornelius Castoriadis sea tu filósofo de cabecera, porque yo lo aprecio mucho, igualmente.
G.- Gracias, Jorge, valoro mucho tu opinión. Tu trabajo sobre autocontención ha sido una inspiración para mí, y tu libro Gente que no quiere viajar a Marte lo leí con mucho provecho. ¡Me apetece escuchar lo que piensas de mi libro!
J.- Malthus no era neomaltusiano, explicas en el capítulo primero, y conviene leer exactamente lo que escribió, en vez de proyectar retrospectivamente nuestras propias preocupaciones sobre su discurso. Y así sostienes “que lo que Malthus descubrió no fueron los límites naturales, sino los deseos ilimitados” (p. 4). Pero tú no ignoras, querido Giorgos, que esa noción de deseos ilimitados, lejos de ser un postulado descubierto por Malthus, está en los griegos antiguos y en particular en Aristóteles: “El deseo de lo placentero es insaciable e indiferente a su origen en el que no tiene uso de razón” (Ética a Nicómaco, 1119b)
La cuestión no es sobrepujar aún más nuestras profecías ecologistas de colapso, sino desarrollar sin complejos una visión propia de la vida buena
La cuestión importante es que, si bien los bienes físicos y las necesidades corporales son por naturaleza limitados, el dinero, al menos en principio, no lo es
Su suicidio el pasado domingo ha llamado la atención internacional y ha dejado a la vista las contradicciones de la izquierda egipcia ante el movimiento LGTBI
Sarah había sido arrestada en 2017, acusada de «libertinaje» por desplegar una bandera del arco iris. Sufrió abusos y torturas por parte de las autoridades
El partido en el que militaba optó entonces por un comunicado tibio sin adoptar una posición clara contra la homofobia
Hay varios aspectos del suicidio de la egipcia Sarah Hegazy el pasado domingo en su exilio canadiense que merecen atención. El primero sin duda, es que era activista LGTBI y no quiso ocultar su orientación sexual. Hace tres años, durante un concierto del grupo libanés Mashrou Leila en Egipto -cuyo cantante, libanés, es homosexual declarado- desplegó junto a un amigo gay una bandera LGTBI. Ese momento, plasmado para siempre en una instantánea que ahora está circulando en las redes sociales, le costó caro.
El régimen egipcio del presidente Al Sisi emprendió una campaña de persecución contra homosexuales egipcios que implicó el arresto de 57 personas, entre ellas, Sarah. Ella fue, de hecho, la única mujer entre los detenidos. Pasó tres meses en la cárcel, donde sufrió acoso, discriminación, torturas y abusos, como ella misma relató a su salida.
El Coronel Pérez de los Cobos en el juicio al «procés». EFE
Si algo ha acreditado la pandemia que sufrimos ha sido las gravísimas «patologías previas» de España: todos sus defectos estructurales han reverdecido con virulencia. El momento es extraordinariamente serio y alarma la pasividad con la que se afronta. Hace falta ser muy torpe para no ver qué hay detrás del descomunal acoso al Gobierno. En la idea de tumbarlo, o al menos la coalición, se unen diferentes intereses. Es así desde que el Gobierno arrancó y aún antes, el coronavirus ha sido el gran aliado que, quienes creen más en sus intereses que en las urnas, han encontrado para conseguir su objetivo.
La ofensiva viene por varios flancos, con mayor o menos intensidad y sutileza. Incluso cuenta con una sociedad reeducada en la banalidad para que las estrategias se filtren por ciertas zonas. Lo que está claro es que ahora sale lo que debió limpiarse y nunca se hizo. Ahora se ha abierto la Caja de Pandora, dicen algunos, y, o el Gobierno saca la basura y limpia, o nos va a sepultar. Un poder ejecutivo electo dispone de medios democráticos, luego será tarde.
Imaginemos la aparición de nuevos brotes víricos, segundas y terceras oleadas de contagio, más cuarentenas y escaladas en respuesta… La sombra del apocalipsis es el escenario ideal para la activación de una nueva estrategia de la disuasión: obediencia o fin del mundo. Un poder que no impone certezas, sino que gestiona la incertidumbre. No postula un orden, sino que gestiona el desorden. No promete nada, sólo exhibe la amenaza. ¿Cómo fugar?
Quizá no son términos tan evidentes como otros, pero “escalada” y “desescalada” también forman parte del lenguaje bélico que tantísimos gobiernos han escogido para producir sentido (“relato”) a su gestión política de la pandemia. Es decir, a su cálculo coste-beneficio particular.
Fueron por ejemplo empleados habitualmente en la llamada “estrategia de la disuasión” activa durante la Guerra Fría entre EEUU y la URSS. Esta estrategia consistía en “comunicar” al adversario la capacidad de devolver el ataque nuclear, aun estando herido de muerte.
En palabras muy precisas del Doctor Strangelove (Peter Sellers), el antiguo nazi reconvertido en consejero del presidente de los EEUU en la genial sátira de Kubrick Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, “la disuasión consiste en el arte de provocar en la mente del enemigo el miedo a atacar”.
La doctrina de la disuasión pretendió ser el principio rector de un “orden nuevo” basado en la siguiente alternativa infernal: paz o fin del mundo. El “ascenso a los extremos”, que según el general y teórico Von Clausewitz define la esencia de la guerra como “duelo a muerte”, se congela para evitar la aniquilación total. Es el famoso equilibrio del terror: morir a dos o vivir juntos. Leer más
De acuerdo con datos recopilados por Our World in Data, en el mundo mueren cada año unas 56 millones de personas (en adelante, M). La principal causa de muerte son las enfermedades cardiovasculares; por su culpa se pierden casi 18 M de vidas, cerca de la tercera parte del total. Y si se agrupan en una única categoría, los cánceres son responsables de casi 10 M de muertes. En conjunto, el 73 % fallece a causa de enfermedades no contagiosas.
Los fallecimientos debidos a enfermedades infecciosas representan hoy el 19 %. En ese grupo entran, sobre todo, afecciones del aparato respiratorio (2’56 M) y del digestivo (2’38 M), incluidas las diarreas (1’6 M). Hace un cuarto de siglo el porcentaje de muertes debidas a enfermedades infecciosas era del 33 % y, en general, es más alto en los países pobres.
En estos tiempos que se aventuran tecnológicos los versos del poeta Brecht siguen siendo validos.
Todavia creemos que las personas, mujeres y hombres, niñas y niños, ancianas y ancianos podemos pensar, podemos ser capaces de construir una alternativa al capitalismo, al individualismo, a la explotación, al saqueo de la naturaleza y construir un mundo solidario, amable, igualitario y fraternal donde en el centro de la vida estemos las personas.
«Otra vez se oye hablar de grandeza. Ana no llores, el tendero nos fiará.
Otra vez se oye hablar del honor. Ana no llores, no podemos comer ya.
Otra vez se oye hablar de victorias, Ana no llores, a mí no me tendrán.
Ya desfila el ejército que parte, Ana no llores, ya desertarán.
General: tu tanque es poderoso, aplasta a cien hombres y arrasa al final.
General, pero tiene un defecto: necesita un hombre que lo pueda guiar.
General, tu avión es muy potente, vuela como tormenta y destruye la ciudad,
General, pero tiene un defecto: necesita un hombre que lo pueda pilotar.
General: el hombre es muy útil, puede volar, puede matar…
General, pero tiene un defecto: puede pensar, puede pensar.
General: el hombre es muy útil, puede volar, puede matar…
General, pero tiene un defecto: puede pensar, puede pensar, puede pensar…»
En este revelador artículo para The Intercept, la periodista canadiense Naomi Klein analiza el fichaje del ex Ceo de Google Eric Schmidt para encabezar una comisión para «reimaginar la realidad post-Covid» en Nueva York donde, dice, comienza a gestarse un futuro dominado por la asociación de los estados con los gigantes tecnológicos: “Pero las ambiciones van mucho más allá de las fronteras de cualquier estado o país”. Klein define una Doctrina del Shock pandémico, a la que llama el nuevo pacto o New Deal de las Pantallas (Screen New Deal). Plantea el riesgo liso y llano de que esta política de las corporaciones amenace destruir al sistema educativo y de salud. El rastreo de datos, el comercio sin efectivo, la telesalud, la escuela virtual, y hasta los gimnasios y las cárceles, parte de una propuesta “sin contacto y altamente rentable”. La cuarentena como laboratorio en vivo, un «Black Mirror», y la aceleración de esta distopía a partir del coronavirus: “Ahora, en un contexto desgarrador de muerte masiva, se nos vende la dudosa promesa de que estas tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras vidas contra una pandemia”. Cuáles son las dudas (de siempre) y cómo, bajo el pretexto de la inteligencia artificial, las corporaciones vuelven a pelear por el poder de controlar las vidas. (Traducido por Agencia Lavaca.org).
Eric Schmidt, ejjecutivo de Google, habla observado por el gobernador del estado de Nueva York Andrew Cuomo.
Durante la sesión informativa diaria sobre coronavirus del gobernador de Nueva York Andrew Cuomo el miércoles, la sombría mueca que llenó nuestras pantallas durante semanas fue reemplazada brevemente por algo parecido a una sonrisa.
La inspiración para estas vibraciones inusualmente buenas fue un contacto en video del ex CEO de Google Eric Schmidt, quien se unió a la reunión informativa del gobernador para anunciar que encabezará una comisión para reimaginar la realidad post-Covid del Estado de Nueva York, con énfasis en integrar permanentemente la tecnología en todos los aspectos de la vida cívica.
Frente a las presiones de los poderes financieros hemos de poner toda nuestra energía colectiva para ganar la batalla y que la desescalada se haga con las personas en el centro
Irina Martínez / Cristina Hernández / Sara Naila Navacerrada 12/05/2020
No hace tanto, aunque parezca un siglo, que el tsunami de la pandemia nos sacudió colectivamente (y seguramente nos quedan todavía algunos temporales por venir) y aprendimos de golpe algunas cuestiones que han comenzado a cambiarnos, esperemos que para siempre.
Hemos descubierto que de este mal sueño no hubiéramos salido sin las manos de las sanitarias, de las cuidadoras, de las cajeras y de las limpiadoras. Esas manos que parecen nuevas, pero que arrastran numerosos callos con nombre de precariedad e invisibilidad y que siempre, y no solo ahora, son imprescindibles.
Sus manos nos han dado de comer, nos han curado, cuidaron de nuestros niños y niñas, dependientes y amigos, tejieron redes de solidaridad para ayudar a las vecinas y ayudaron a luchar y a morir a nuestros abuelos y abuelas.
Han puesto en riesgo la salud de los suyos aún sin saber muy bien quiénes las cuidarían si ellas enfermaban.
¡Tan invisibles son los cuidados! ¡Tan solitarios! Y sobre todo, ¡tan privados!
El sistema capitalista y patriarcal nos ha hecho asumir con toda normalidad que los cuidados ha de resolverlos cada quien en su casa. Y en esta crisis del coronavirus no hemos sido capaces de aliviar el insomnio de tantas y tantas trabajadoras esenciales: ¿pongo en riesgo a la abuela llevándole al niño o voy al trabajo para poder llenar la nevera?
Esta ecuación es irresoluble en solitario, porque sin comunidad no sobrevivimos, así de sencillo, así de profundo.