ya veremos ya ¡¡¡
Cuando todo esto acabe… Una de las preguntas más repetidas es ¿volveremos a las andadas o seremos capaces de aprender algo? Está claro que nos costará superar la crisis del coronavirus. Pero lo lograremos, aunque con un alto coste en muchos terrenos: vidas, empleos, pérdidas económicas, retrocesos en bienestar social, y toneladas de angustia y miedo. La gran cuestión es si volveremos o no al mismo tipo de vida, al mismo modelo productivo y a un mercado de trabajo precario, al mismo modelo de sociedad desigual, al ruido y a las prisas para encaminarnos hacia el abismo medioambiental.
A un consumismo demencial y antiecológico, a la superficialidad de las relaciones humanas, al embrutecimiento personal en trabajos alienantes. Los clásicos del movimiento obrero ya planteaban el dilema ”Socialismo o barbarie”, que sigue siendo válido, pero que hoy se traduce también, como diría Murray Bookchin, en Ecología o catástrofe (Virus, 2017) (NOTA 1). Porque si no somos capaces de sacar algunas enseñanzas básicas de esta crisis donde se ha evidenciado que lo importante es la vida y la salud, es que no tenemos arreglo como especie. Voy a señalar algunas de ellas.
Es necesario un potente Estado de Bienestar y una política fiscal que asegure progresividad y suficiencia para su financiación y un reconocimiento social de la Función Pública. Hay que agradecer su contribución a los servicios sociales, a los trabajadores de las residencias de mayores, a las fuerzas de seguridad del Estado, al personal de las tiendas de alimentación, de las farmacias, de los transportes, a los agricultores… a todos los que garantizan que siga la vida y son imprescindibles para la comunidad.
La solidaridad debe darse entre personas y entre países e instituciones. Si, por ejemplo, la Unión Europea no es capaz de estar a la altura de las circunstancias con unos coronabonos sin condiciones de austeridad, es muy probable que entre en crisis como proyecto colectivo; o si no se aplican medidas de carácter socialista para hacer frente a la crisis económica y proteger a la gente. Quizá esta es la lección más convincente: la toma de conciencia de la fragilidad y la interdependencia de los seres humanos, que los unos sin los otros no somos nada y porque solo cuando Kropotkin se impone a Darwin está nuestra supervivencia asegurada.
Sin embargo, podemos intuir que los globalizadores neoliberales están maquinando cómo aprovechar la crisis del coronavirus. Naomi Klein nos advierte de un nuevo tratamiento con la doctrina del shock cuando dice: “las élites entienden que los momentos de crisis son su oportunidad de impulsar su lista de deseos” (NOTA 7). Por ello, es el momento de vincular la respuesta a la crisis del coronavirus con la que hay que poner en marcha para evitar el colapso climático, reduciendo el uso de combustibles fósiles y los desplazamientos, potenciando el teletrabajo, no rescatando a empresas contaminantes si no se reconvierten y recuperando el control público de bienes y servicios esenciales. Como dice Bruno Latour, “si todo se detiene, todo puede ser cuestionado”; añade: “lo último que necesitamos hacer es retomar de manera idéntica lo que hacíamos antes” (NOTA 8) y nos propone un útil ejercicio individual y colectivo de reflexión.
La principal lección de la crisis del coronavirus es que hay que cambiar las prioridades a partir de la respuesta objetiva a la pregunta ¿qué es lo realmente importante para la Humanidad? No podemos volver de forma empeorada a lo mismo que antes, a la crisis económica y social gestionada por los adoradores de Milton Friedman, a la emergencia climática, a la absoluta incertidumbre en la que vivimos. Debe producirse un cambio de paradigma para que el mundo cambie de base y se organice, no al servicio del lucro de unas élites, sino del bien común, de un planeta sano y de la protección y bienestar del ser humano.
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